lunes, 14 de enero de 2013

Andrea Gaytán 3°D

Hablar de la vida de los niños y las niñas, de su derecho a existir, es hablar de la vida de las personas. De la vida en su verdadera dimensión humana.
Abarca todo:
Comer, descansar, jugar, crecer, aprender, pensar por cuenta propia, expresarse con libertad, trabajar, construir, hacer arte, respirar, querer y ser querido. Sin golpes, agresiones o castigos.
El corazón de la vida es el cariño.
Los niños y las niñas de cualquier edad vivimos del cariño, del cuidado y la ternura, del afecto y la paciencia que otros -familia, amigos, vecinos y semejantes- nos pueden dar, en el lugar y tiempo que nos tocó nacer.
El derecho a vida supone consideración y respeto. Entender que todos los seres vivos -niños y niñas incluidos- somos como somos. Tenemos energías y potencias propias, recorremos caminos diversos, que se oponen y complementan, que se unen y separan.
El derecho a la vida entrelaza y tolera, permite y apoya. Se cobija bajo la idea de lograr una vida sana y alegre, íntegra y posible.
El derecho a la vida de las niñas y los niños significa, además, un nombre propio, un espacio vital tranquilo y sin zozobras. Una vida sin penurias, sin racismo, sin maltratos ni amenazas. Sin hambre, con agua limpia y amor.
El derecho a la vida significa compañía, protección, conciencia, nacionalidad y cultura.
Espacio y tiempo permitidos, alimento, crecimiento... esperanza construida.

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